Espacios. Vol. 23 (3) 2.002


Editorial

E
l incremento de las relaciones entre la universidad y el sector productivo es un viejo anhelo no satisfecho que aún ronda en la mente del policy maker latinoamericano. Teniendo presente semejante objetivo y tratando de emular experiencias exitosas en países desarrollados, en las últimas cuatro décadas, como sabemos, se han implantado en nuestros países una diversidad de programas y mecanismos de vinculación entre instituciones de I&D y unidades de producción de bienes y servicios. En general, dichos programas fueron montados partiendo de la idea de que las universidades eran las principales instituciones de apoyo de las empresas y que éstas eran, a su vez, los principales actores dinámicos de los sistemas productivos. Todo lo cual hacía necesario, en consecuencia, crear instancias de interfase capaces de propiciar dicha vinculación y generar un clima favorable a la innovación. De allí, la aparición, entre nosotros, de polos y parques tecnológicos, incubadoras de empresas, oficinas universitarias de transferencia de tecnologías, etc.

Uno de dichos arreglos institucionales más utilizados en nuestro medio, en los últimos diez años, ha sido el de las incubadoras de empresas, las cuales se han implantado como iniciativas para favorecer una cultura emprendedora y estimular la creación de empresas innovadoras, para generar empleos, combatir la desinversión e incluso, para compensar los efectos negativos de una asimétrica distribución de la renta o del desarrollo regional.

Evaluaciones realizadas a algunos de estos experimentos nos muestran resultados que no siempre alcanzan a cubrir las expectativas, llegando a detectarse grandes diferencias entre la concepción original del proyecto y su fase de implantación. En Venezuela, estas experiencias son relativamente recientes y difícilmente se pueda hacer juicios acerca de sus resultados, no obstante, en los escasos proyectos que conocemos, la realidad no dista mucho de lo que nos dicen Thomas y Versino, del caso argentino, en el artículo que incluimos en este número de Espacios. La cantidad de empresas incubadas es exigua, no siempre se pueden calificar como de base tecnológica o intensivas en conocimientos, la actitud de los microempresarios, en algunos casos, es escasamente proactiva, orientándose más hacia el aprovechamiento de las condiciones de protección que ofrece la incubadora y, por si fuera poco, la oferta de conocimientos de las universidades asociadas o cercanas a las empresas incubadas, en general no ha sido oportuna y adecuada.¿Son estos problemas coyunturales? ¿ hay exceso de voluntarismo en la concepción y estrategias de desarrollo de estos mecanismos de vinculación o es la dinámica económico-productiva más compleja de lo que imaginamos, lo que excede la escala y alcances de los micro-actores involucrados en estas iniciativas?

Estas son interrogantes presentes en las reflexiones y análisis que hacen Thomas y Versino en el referido artículo, que estamos seguros atraerá la atención de los lectores interesados en el tema de la vinculación Universidad-Empresa. Por lo pronto, como señalan ellos, el debate continua planteándose en términos de “apertura o ciencia pura” o, en los más confundidos entre “calidad o relevancia social”, mientras tanto, dicen, las necesidades sociales continuarán insatisfechas.

El editor


Vol. 23 (3) 2002
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